Que el deporte es mucho más que un juego no es ninguna novedad desde hace largo tiempo. Pero en el año 2015, tal vez como nunca antes, el foco estuvo muy lejos de los campos de juego.
Y no precisamente por los motivos más nobles. El mega-escándalo de corrupción en la FIFA, la crisis del doping en el atletismo y la confirmación de los grandes eventos deportivos como blanco del terrorismo hicieron del deporte un asunto de jueces, fiscales, tribunales deportivos, médicos y expertos en seguridad en el año que concluye.
No es, en verdad, la primera vez que alguno de estos componentes se hace presente. El escándalo de sobornos en torno a la concesión de los Juegos Olímpicos de invierno de Salt Lake City 2002 o el caso ISL, entre otros, ya habían revelado la existencia de redes de corrupción en los más altos organismos deportivos. La confesión del ex ciclista estadounidense Lance Armstrong, en enero de 2013, también había exhibido el alarmante grado de penetración del doping. Y los atentados en los Juegos de Múnich 1972 o la maratón de Boston en 2013 recordaban la siempre latente amenanza terrorista en el deporte.
Pero en 2015 todo ello irrumpió de manera casi simultánea y brutal, un cóctel explosivo que hizo que el resultado deportivo se transformara muchas veces en mera anécdota.
«Ya es suficiente», reclamó Thomas Bach, el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), después de que el suizo Joseph Blatter y el francés Michel Platini fueron suspendidos provisionalmente por la comisión de ética de la FIFA en octubre.
El FIFA-Gate, sin embargo, depararía muchos más escándalos. Tanto Blatter, el suspendido presidente de la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA), como Platini, su par en la UEFA (Unión Europea de Fútbol Asociado), fueron castigados pocos días antes de la Navidad con ocho años de sanción por el pago de dos millones de francos suizos que el francés recibió en 2011 del dirigente helvético.
La caída de los dos hombres más poderosos del fútbol mundial fue, no obstante, apenas el rostro más visible de una serie de escándalos que sacudió a las confederaciones y federaciones más importantes del planeta.
La Conmebol (Confederación Sudamericana de Fútbol) y la Concacaf (Confederación de Norte, Centroamérica y el Caribe de Fútbol) se vieron completamente descabezadas por la trama de sobornos que destapó la investigación de la fiscalía estadounidense a cargo de Loretta Lynch, un nombre que sin dudas quedará grabado en los libros del deporte. Y decenas de directivos, muchos de ellos presidentes o ex presidentes de asociaciones nacionales, y empresarios fueron detenidos en una investigación que saltó a la luz pública el 27 de mayo, días antes del Congreso electoral de la FIFA en Zúrich.
El fútbol de las Américas fue el más salpicado, pero las sospechas se extendieron por todos los rincones del planeta. No hubo ningún Mundial desde el de Alemania 2006, con el cuestionado Franz Beckenbauer a la cabeza, que no se viera denunciado por irregularidades en su concesión.
La preocupación de Bach, sin embargo, también se dirigió seguramente a los problemas que afrontó al interior del olimpismo en 2015. El escándalo de doping del atletismo sacudió los cimientos del deporte madre de los Juegos a menos de un año de la gran cita de Río 2016.
La trama de doping más impactante tiene su centro en Rusia, que fue expulsada por la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF) en noviembre tras la publicación del demoledor informe de la comisión independiente de la Agencia Mundial Antidoping (AMA), que reveló todo tipo de actividades ilegales.
Pero las sombras se ciernen también sobre Kenia, cuna de los mejores fondistas. Además, el senegalés Lamine Diack, presidente de la IAAF hasta agosto pasado, está siendo investigado por la Justicia francesa por haber recibido supuestos sobornos a cambio de ocultar pruebas positivas de atletas.
La sanción del atletismo ruso podría provocar que numerosos atletas de elite, entre ellos la legendaria saltadora Yelena Isinbayeva, deban competir bajo bandera la olímpica en Río, una imagen que desde el COI confían en evitar. «Sí, son tiempos difíciles para el deporte. Pero sí, también es una oportunidad de renovar la confianza en este poder del deporte de cambiar el mundo para mejorar», evaluó Bach.
El doping no será la única y más importante preocupación en Río. El mundo del deporte se encuentra también en alerta por la amenaza terrorista después de lo ocurrido el 13 de noviembre en París.
La masacre en la capital francesa y las explosiones en las afueras del Stade de France hicieron del amistoso entre Francia y Alemania una auténtica pesadilla. A ello siguieron las suspensiones del Alemania-Holanda en Hannover por amenazas de inminentes atentados y también la cancelación del Bélgica-España en Bruselas. El clásico español entre el Real Madrid y Barcelona se debió jugar con francotiradores apostados en las afueras del estadio Santiago Bernabéu y la alarma de seguridad también llegó al tenis, con una final de Copa Davis en Gante entre Bélgica y Reino Unido disputada bajo extremas medidas de precaución.
Imágenes a las que el deporte deberá acostumbrarse en 2016, ya que la Eurocopa de Francia promete un operativo de seguridad sin precedentes. También los flagelos del doping y la corrupción marcarán los otros dos grandes eventos deportivos del año próximo. Así como la limpieza de las competiciones estará en la mira en Río, la trama de corrupción del fútbol rodeará inevitablemente la disputa de la Copa América Centenario de 2016.