13N. Con esta sigla será recordado este trágico día en que París sufrió el mayor atentado terrorista de su historia, por cierto mucho más grave que el perpetrado hace diez meses en la sede de la publicación Charlie Hebdo. Desde un punto de vista cualitativo, si aquel se circunscribió a los periodistas de ese medio gráfico, éste se extendió indiscriminadamente a toda la ciudadanía. Cuantitativamente, en tanto, el primero se saldó con una docena de víctimas fatales, mientras el de estas horas ya ha superado holgadamente las ciento cincuenta. Esta tragedia, perpetrada por la organización Estado Islámico (EI), liderada por el autoproclamado califa Abu Bakr al-Baghdadi, en los últimos tiempos sólo encuentra parangón en suelo europeo en los ataques consumados hace ya más de diez años en la estación férrea Atocha, de Madrid. Tanto en esa ocasión como en la de ayer se repiten elementos comunes, a modo de patrón, que conviene tener en cuenta.
El primero de ellos apunta al carácter irrestricto de ambos actos, en lo que a la naturaleza de los blancos se refiere. Civiles inocentes, ajenos por completo a cualquier tipo de móvil a enarbolar por parte de los agresores; hombres y mujeres que se dirigían a su trabajo en el caso español, familias que asistían al teatro Bataclan en busca de esparcimiento, en la capital gala. Lo antedicho remite directamente al segundo elemento común entre los episodios terroristas registrados en las capitales española y francesa: la responsabilidad ha corrido por cuenta de elementos que culturalmente no encuadran en lo que usualmente denominamos Occidente, sino que se enmarcan en posturas radicalizadas del Islam, reactivas y reaccionarias, que encuentran en la religión la fuente de justificación y legitimación de sus acciones extremistas. En definitiva, esto es lo que usualmente se entiende como “fundamentalismo”, en los términos del conocido académico británico Eric Hobsbawn.
Sin embargo, que los terroristas de París y Madrid (en este último caso, pertenecientes a grupos insertos en la red Al Qaeda liderada por Osama Bin Laden) hayan sido musulmanes radicalizados, no necesariamente implica su procedencia exógena. En este punto, las crónicas del 13N generadas a partir de los testimonios de los sobrevivientes dan cuenta de individuos que exclamaban exaltados que “Alá es grande” y proclamaban su disposición al martirio, con un impecable acento local. He aquí una de las mayores pesadillas de los gobiernos del Viejo Continente, consistente en ciudadanos nativos, hijos de inmigrantes, o inmigrantes residentes a los que se presume perfectamente asimilados, capaces de elegir el camino de la violencia a partir de móviles que hunden sus raíces históricas y culturales a miles de kilómetros de distancia.
Para los memoriosos, exactamente esto es lo que ocurrió en los atentados simultáneos realizados en Londres en julio del año 2005, para luego repetirse en numerosas oportunidades. De hecho, Francia misma ya padeció una situación de este tipo hace tres años en Toulouse, cuando el ciudadano nativo Mohamed Merah asesinó tres soldados y cuatro civiles judíos. Un factor adicional de preocupación que se desprendió de ese hecho de Toulouse, lo emparentó con situaciones similares acontecidas fuera de Europa (por ejemplo en Boston, un año más tarde, en ocasión de su famosa maratón) y mantiene una candente vigencia, a la luz de los miles de europeos que se sienten identificados con la acciones de Estado Islámico, es que el terrorista en cuestión no encuadraba en ninguna organización de ese tipo, sino que operaba a título individual bajo el formato conocido normalmente como “lobo solitario”.
Hoy no sólo Francia sino toda Europa se encuentra frente al dilema del terrorismo fundamentalista, y los cursos de acción a tomar. En tanto amenaza de naturaleza transnacional que trasciende fronteras, la contención del fenómeno terrorista demanda una aceitada cooperación multilateral, en al menos tres campos específicos: el de la justicia, la inteligencia y la seguridad. En estos puntos, el desarrollo institucional en el seno de la Unión parece estar a la altura de las circunstancias. EuroJust, EuroPol e iniciativas similares, sumadas al manejo del Tratado de Schengen en lo relativo a fronteras y controles interiores, son las primeras herramientas multilaterales que tendrá a su disposición el gobierno de Hollande.
Los dilemas pueden aparecer, por otro lado, en lo que hace a los campos de la política exterior y la defensa. En este plano muchos dirán que atentados como los de ayer, el de Atocha o los de Londres de un decenio atrás son consecuencia directa de un involucramiento de esos países en cuestiones que les son ajenas, que no sólo es moralmente reprochable sino también políticamente irresponsable. Si en los casos español y británico la referencia directa fue a las operaciones bélicas en Irak lideradas por la administración Bush después del ataque a Nueva York y Washington el 11 de septiembre de 2001, este 13N remite a casos más recientes detonados a partir de la llamada “Primavera Árabe”, que el paso del tiempo se encargó de quitarle todo glamour. En esta línea, teniendo en vista la responsabilidad del Estado Islámico, la participación gala en las crisis de Siria -e incluso de Libia- constituye un elemento nodal a la hora de comprender lo que sucedió en la Ciudad Luz. La conclusión directa de este planteo es que el gobierno de Hollande debe instrumentarse un inmediato “desenganche” de ese candente conflicto, por el bien de sus ciudadanos.
Otras lecturas alegarán lo contrario. Tanto la “estatura estratégica” de Francia, como sus intereses nacionales, la llevan a adoptar un protagonismo internacional que es imposible de soslayar. Y ese protagonismo demanda un involucramiento en áreas geopolíticas que le son sensibles. En todo caso, lo que deberá definirse es la forma, profundidad e intensidad de ese involucramiento. Así, no faltarán voces que insistan en que Francia y sus vecinos deben intensificar aún más su lucha contra Estado Islámico en Siria, abandonando tibiezas y gradualismos, considerando incluso el despliegue de efectivos militares en tierra. Esto último es lo que ansía la administración Obama, quien en las postrimerías de su segunda gestión lidera la coalición antiterrorista que opera contra el grupo de Abu Bakr al-Baghdadi en Siria e Irak, con resultados generales inferiores a los esperados, viendo que es a todas luces insuficiente una campaña limitada a ataques aéreos de aviones tripulados y drones, por más efectivos que sean. Si esta opción de “intensificación” es la que adoptan Francia y sus socios europeos, no será en nombre de la democracia y los Derechos Humanos, como se alegaba en la Primavera Árabe, sino de la más estricta seguridad nacional: siguiendo un planteo análogo al esbozado por Vladimir Putin, los europeos atacarán al Estado Islámico en Siria, para que éste no lo haga en sus ciudades.
El otro gran debate que se intensificará en el Viejo Continente a partir de los atentados de París, es el que refiere a las migraciones masivas que golpean contra sus puertas, huyendo de la tragedia mesooriental. En los últimos años la Unión ha implementado estrictas medidas de control para anular inmigraciones ilegales de naturaleza económica: un continente atravesado por una severa recesión y azotado por una profunda desocupación, no requiere mano de obra masiva procedente del exterior. Como se ha visto, en las últimas semanas todo este planteo ha quedado en entredicho y se ha pedido su revisión, pues se sostiene que medidas de sentido económico como las descriptas no deberían aplicarse a una situación excepcional sin parangón histórico, como es el drama humanitario que padece Siria.
El debate en torno a la flexibilización de las condiciones de ingreso a la Unión ha generado entre sus socios fricciones de un tenor tal, que ha sobrevolado el fantasma de un abandono de esa institución, por alguno de sus miembros. En este contexto, los atentados del 13N sustentarán posturas de quienes abogan por un endurecimiento de las citadas condiciones migratorias, no ya por razones económicas sino de seguridad: la posibilidad de ingreso al espacio común de elementos terroristas, o potenciales candidatos a abrazar esa metodología en un futuro, sea como miembros de Estado Islámico o alguna organización radicalizada sucedánea, o como lobos solitarios.
En definitiva, la respuesta de Francia y sus socios europeos a este vil y cobarde atentado terrorista, en el plano de la política exterior y la defensa, trascenderá a este acto para afectar su jerarquía como protagonista de primera línea en el enorme arco de inestabilidad que se extiende más allá de sus límites meridional y oriental.-