Siria constituye un escenario estratégico para Rusia en el objetivo de consolidar su presencia internacional como potencia. La decisión del gobierno ruso de efectuar una intervención militar no está orientada a sumarse a la coalición internacional contra el Estado Islámico sino que sigue su propio juego, guiado por reglas que obedecen un alto interés geopolítico en esta región. Vale la pena entonces analizar los intereses que han dado lugar a esta ofensiva así como los medios desplegados para este propósito.
El Estado Islámico se configura como una de las principales amenazas a la seguridad internacional, hecho que exige de los actores internacionales una respuesta contundente ya sea de carácter unilateral y/o multilateral. Sin embargo, al compromiso reconocido e internacionalmente consensuado de contener al Estado Islámico, subyace el juego geopolítico con el que Rusia quiere cumplir dos objetivos: El primero, fortalecer su presencia en Medio Oriente para lo cual Siria es una pieza clave bajo la premisa de mantener a Bashar al Assad en el poder. El segundo objetivo es reactivar una presencia internacional tras el señalamiento internacional al que lo condujo la adhesión de Crimea.
Con estos intereses, el riesgo de desdibujar el objetivo de la intervención es alto. Prueba de ello el que las acciones militares desplegadas hasta el momento no hayan tenido como blanco preferente al Estado Islámico. Contrario a la retórica de gobierno, que insiste en que el enemigo a vencer es el terrorismo, no deja de preocupar que desde su perspectiva todos los grupos de oposición al régimen de Bashar al Assad sean categorizados como terroristas.
Tal como los objetivos, los medios implementados en esta ofensiva rusa también resultan cuestionables. Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN ha señalado su preocupación sobre la magnitud de la presencia rusa en Siria cuyo despliegue incluye ataques aéreos, misiles y no se descarta el ingreso de tropas.
En medio de la ofensiva, Rusia incurrió en la invasión del espacio aéreo turco, que si bien ha sido planteado por el gobierno ruso como un incidente técnico, da lugar a muchos interrogantes. Más aún cuando se trata de un Estado que también lleva a cabo una acción contra el Estado Islámico pero a diferencia de Rusia es un abierto opositor al régimen de Bashar al Assad.
Con el lanzamiento de 26 misiles a la provincia de Hama se intensifica la intervención rusa y se evidencia la existencia de un blanco que va más allá del Estado Islámico; de hecho, puede generar un efecto contrario radicalizando posiciones en las milicias y entorpeciendo así las acciones de la coalición internacional que lidera Estados Unidos. Siria se convierte así en el escenario para la demostración de capacidades militares y estratégicas, que para Rusia se traduce en un pulso entre potencias.