Imagínese la escena. Es un domingo cualquiera y una familia integrada por cinco personas, almuerza reunida como cada semana. Después de los primeros cinco minutos desde que se sentaron, el padre y la madre, se miran sorprendidos porque sus hijos están volcados sobre la pantalla del celular. En ese contexto, el mayor de los hijos de la familia, le comenta a la hija menor: “Oye, bajé una nueva aplicación para poder irme en bicicleta a la universidad. Cuando la utilizo, el sistema me marca la ruta donde existen más ciclovías”.
La hermana, con la mirada perdida en su Iphone 6, responde después de 30 segundos: “Yo me acabo de crear una cuenta de Pinterest (es un sitio donde se puede compartir, encontrar y organizar colecciones de imágenes o videos; hoy la integran en un 70% las mujeres)”. El hijo del medio, con mirada despectiva, mira a sus otros dos hermanos y les dice: “Sus aplicaciones son muy aburridas. Yo bajé 365 Scores, y en ella puedo seguir todas las ligas de fútbol del mundo, con resultados y estadísticas de todo tipo”. Desde que la familia se sentó en la mesa y, tras estos diálogos, han pasado más o menos 10 minutos. ¿Y qué dicen los padres? Nada. Ningún tipo de intervención, porque los hijos de este matrimonio, están sumidos en lo que hoy podemos denominar, “Tecnología que me hace invisible”. Sí, tal como lo lee.
Los actos que acabo de describir, ocurren a diario en miles de familias de Chile y el mundo. Ya nada detiene el crecimiento vertiginoso de la tecnología y las redes sociales. Pues, éstas existen de todo tipo, formas y para todos los gustos. Y si bien nadie puede negar las ventajas que trae el uso que ellas tienen para el trabajo y en la vida cotidiana, hoy se les percibe como un arma de doble filo. De hecho, como muchos académicos sostienen, “en las redes sociales, la palabra es poder”. Y esto, precisamente, no es mirado como algo positivo. Pasa que hoy las personas trabajan, pololean, coquetean, compran y discuten por Whastapp. Craso error, ya que el contexto que entrega el ciberespacio, es capaz de destruir cualquier mensaje desde un emisor a un receptor, lo que puede provocar el famoso y cada vez menos popular, “ruido en el mensaje”.
Lo que viene ya es ultra conocido: sacadas de contexto, malentendidos y la destrucción de las relaciones interperpersonales por una sola palabra o frase que le faltó “el tono”. Claro, no es lo mismo discutir, compartir una alegría, resolver un problema o asegurar un negocio mediante las aplicaciones de mensajería instantánea, que hacerlo de manera presencial. Y estos sinsabores que traen las redes sociales, son sólo la punta del iceberg de un problema que no ha tocado fondo. Y es que hoy Twitter, Facebook, Instagram, Pinterest y muchas otras plataformas sociales de Internet, prácticamente rigen las relaciones humanas e incluso llegan a otras esferas.
¿Alguien me podría asegurar que células terroristas en el mundo no se coordinan a través de sistemas de redes sociales encriptados? ¿Quién estaría dispuesto a demandar a otra persona por publicar contenido injurioso a través de una cuenta de Twitter que se escuda en el anonimato, con nombre de fantasía y una foto falsa? ¿Quién podría enumerar hoy los beneficios y desventajas de las redes sociales? Probablemente, lo negativo prevalecerá en esta lista. Pero sin ir más lejos, estas preguntas son las que sientan las bases de eso que no se puede controlar en las redes sociales: esas “reglas naturales” del ciberespacio donde parece que todo se permite y nadie me fiscaliza.