lunes, enero 13, 2025

Certezas y mitos de Adimark

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«La gente cree que no le están diciendo la verdad», declaraba en abril de este año Roberto Méndez, director de Adimark, constatando un estado de la opinión que bien podría convertirse en búmeran y poner a prueba la propia credibilidad de su encuesta. Porque una cosa son los datos que arroja el sondeo —y las mediciones de Adimark gozan de prestigio—, y otra muy distinta es la interpretación que el analista hace de estos datos.

Por ejemplo, tras constatar que la popularidad de la Presidenta y del Gobierno han descendido, Méndez aventura una serie de hipótesis no confirmadas por el instrumento, tales como que la Nueva Mayoría está en riesgo de dispersarse, que los viejos liderazgos están de vuelta, o que Piñera aumenta sus posibilidades de volver a La Moneda no obstante su coalición estar situada en su nivel más bajo. «Wishful thinking?» ¿Pura expresión de deseo?

Las palabras generan hechos. Y es así como Jorge Awad, ex presidente de la Asociación de Bancos, pide un cambio de gabinete porque, conforme a la encuesta, habría una decena de ministros que no son conocidos. Algo por cierto discutible, pues no siempre la exposición mediática es signo de eficiencia, y viceversa. Como fuere, hay que ocuparse de las palabras y ver qué referentes tienen éstas en la realidad.

Tomando los datos de misma encuesta Adimark, podríamos comparar la evaluación a la Presidenta en el primer año y medio de su primer mandato con igual período de su segunda administración. La pregunta es la misma: «Independiente de su posición política, usted aprueba o desaprueba la forma cómo Michelle Bachelet está conduciendo su gobierno». El resultado es que el promedio de aprobación para el primer periodo es de 48 por ciento, mientras que para el segundo es de 42 por ciento, una diferencia de 6 puntos, como lo muestran las dos pendientes trazadas en el gráfico.

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Ahora, si se comparan los primeros 18 meses de Piñera con lo que va corrido del actual gobierno de Bachelet, vemos que la distancia se reduce a 4 puntos, pues aquel marca un promedio de 46 por ciento contra el 42 por ciento de la Presidenta, según se puede apreciar en la imagen.

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Como es sabido, Bachelet concluyó su primer mandato con el 84 por ciento de aprobación y Piñera con el 50.

Pero lo más significativo no es la actual tendencia declinante, de ninguna manera inédita, sino la más alta cúspide de popularidad alcanzada por Bachelet en junio de 2014 —el 58 por ciento de aprobación—, cuando ya había impulsado las reformas, había dado cumplimiento a sus primeras medidas, y había hablado ante el Congreso en su primer Mensaje del 21 de Mayo.

¿Qué precipita el descenso? El primer empujón lo da la llamada política de los matices, del frenesí legislativo y de la fiebre de reformas, que instala la crítica a la velocidad y profundidad del programa. Pero el desencadenante es el estallido del caso Penta, a fines de julio de 2014, que compromete a la UDI y arrastra consigo a todo el sistema político conforme los fiscales avanzan en las investigaciones y van revelando nuevas aristas. Es la corrupción, y no las reformas ni el desempeño administrativo de los ministros, la principal causa de la pérdida de confianza en las autoridades, representantes y partidos.

Y así la exégesis de los sondeos ha sido capaz de inventar la ficción de la vulnerabilidad presidencial sin reparar que con su descreimiento podría verse contagiado todo el entramado político e institucional.

Por eso, si el conservador Michael Novak tenía razón cuando escribía que en democracia no hay que confiar demasiado poder a unos pocos, tratándose de las encuestas, diríamos que no hay que confiar la medición de la opinión pública a un puñado de encuestadoras.

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